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Mirarse al espejo: «Beach Rats»

Haber entrado en la mirada de una directora mujer sobre el autodescubrimiento de un adolescente homosexual ha sido una experiencia fascinante no solo por su profundidad emocional sino también por su delicado tratamiento de la auto exploración del ser. Eliza Hittman es la autora de este retrato cinematográfico sobre el enredo emocional de un joven que se siente diferente en un mundo represor que lo obliga a escaparse y negarse a sí mismo. Hittman ya había explorado un tema similar en su película anterior “It felt like love” (2013) donde también hallamos un tratamiento sensible sobre la natural pero tormentosa auto exploración sexual adolescente.

Esta historia es sobre Frankie, un adolescente que pasa los días de un verano sofocante en un barrio de Brooklyn. La vida aquí se muestra adormecida y decadente y nuestro personaje, además de tener que lidiar con la aceptación de su homosexualidad dentro de un círculo social de falsa masculinidad y una madre que le exige tener una novia, debe enfrentar el cáncer terminal de su padre quien está postrado en una cama dentro de su sala. La directora nos presenta a Frankie dentro de un ambiente abrumador y emocionalmente agotador, donde su único escape es conseguir drogas, de cualquier manera, con un grupo de amigos que él siempre niega como amigos.

Lo que resalta en esta película es que, a diferencia de muchas otras que retratan la liberación LGTB envuelta en la búsqueda del amor romántico, “Beach Rats” representa nada más que la pura búsqueda del desate sexual. Frankie no busca enamorarse, sabe que ni él ni el grupo de personas que lo rodean están listos para ello. Lucha por ocultar su naturaleza mientras crece en un entorno que fácilmente lo juzgará y eso le queda claro tanto en las exigencias de su madre como en un pequeña línea de Simone, una chica con la que comienza a salir a modo de auto evasión: “cuando dos chicas se besan es sexy, pero cuando dos chicos lo hacen es gay”.  Con esta represión inconsciente de su entorno, sus ganas de ser honesto consigo mismo y con los demás se disuelven inevitablemente en la superficie de las apariencias.

Es triste pero muy real. La premisa de este delicado y apropiado tratamiento de la heteronormatividad y de la sociedad machista en la que vivimos es completamente real. No solo los hombres asumen fuertemente un rol impuesto por la sociedad, sino que también las mujeres han interiorizado, en diferentes magnitudes, la heterosexualidad como único modelo válido. En ese sentido, el miedo a los juicios irreflexivos y al rechazo, las personas nos auto evadimos y caemos forzosamente en el error de traicionarnos a nosotros mismos.

Existe un recurso dentro de la película que intensifica este tema con su propio lenguaje: la fotografía a cargo de Helene Louvart.

Estos planos de Frankie junto a sus amigos hombres marcan mucho la presión social masculina a la que se enfrenta. Por un lado, demuestran la corporalidad como símbolo de hombría, dos cosas que van de la mano al momento de definir al hombre – macho dentro de la sociedad. Por otro lado, la composición siempre  ubica a nuestro personaje al medio o más pequeño, se siente encerrado e intimidado y sus dilemas de aceptación personal, si decidiera exteriorizarlos, serían fácilmente minimizados por su propio círculo.

Por otro lado, hay una particular recurrencia del retrato cercano de la sensualidad. Algo que refuerza la idea de que los fines de nuestro personaje principal no es más que sexual. Louvart usa los primeros planos de las manos como representación del tocamiento y la exploración, la juventud y la urgencia del desate sexual. A esto se suma el elegante uso de película en 16mm, su textura granulada representa lo crudo, lo natural, lo inmaduro logrando retratar la sexualidad de Frankie y la homosexualidad, en general, como algo orgánico.

El lenguaje cinematográfico, sumado a la dirección y al guion funcionan como un engranaje perfecto. Pienso que, en una película, no hay nada mejor que concentrar una historia sobre el uso pequeño pero muy sólido de sus recursos y “Beach Rats” sobresale por eso, por retratar un tema tan complejo y humano sobre la belleza de lo simple.

Aprecio mucho estas historias donde el viaje es interior, creo que no hay nada más emocionante y maravillosamente caótico que la introspección, todos lo hacemos de vez en cuando. Aceptamos, apreciamos, corregimos. El viaje de Frankie conmueve porque pasa el tiempo y él no tiene ni una pista del lugar mental en el que está, da pasos automáticos en el aire y desde afuera te apetece decirle que tranquilo, porque además tiene una vida para nada sencilla y empatizamos fuertemente con él. Su drama interno es equiparable al drama interno de cualquier ser humano y en eso yace la riqueza de esta película.

“Beach Rats” no pretende encantar o resaltar sobre otras que retratan el mismo tema, creo que es un drama que se limita a representar muy bien la inquietud, angustia, miedo, todo lo que un chico puede sentir mientras se auto descubre y se auto traiciona en un mundo plenamente hostil. Bienvenidas sean las voces cinematográficas como ésta que se suman a explorar la naturalidad del ser humano y a romper prejuicios injustificables y absurdos. Americanísima, muy independiente y con un final nada complaciente, es una historia necesaria que nos coloca en los pies de un humano que vive con el injusto miedo de solo ser.

Detalles que resalto:

– La autenticidad del debutante actor principal, Harris Dickinson.

– La dirección de actores. Muchos de los personajes no son actores pero Eliza Hittman logra desenvolverlos con autenticidad absoluta.

– La música, nostálgica y eléctricamente oscura creada por Nicholas Leon.

Disponible en Netflix.